viernes, 4 de enero de 2008

- Al grano

AL Grano
¡Me llegó la hora! Esta de hoy es la última columna Al Grano que escribo. No ha sido mi decisión, sino la del director del periódico, quien me mandó una carta agradeciéndome los servicios prestados. No obstante, las gracias las tengo que dar más bien yo al diario por haberme aguantado 21 años en este rincón, y desde luego al público, por honrarme con la lectura.
Al Grano había sido mi último vaso comunicante con La Nación tras 44 años de sentirla como mi segunda madre, pues a mis 18 años de edad nací en ella a esta profesión de letras que sellaron mi destino, y a mis 62, pasaditos, acabo también en ella aunque me sienta mejor ahora que antes.
En realidad, es poco lo que tengo que añadir aquí hoy, salvo despedirme del lector que disfrutó de mi columna y, por supuesto, hasta del que nunca hizo migas con esta. Después de todo, de eso se trata este oficio; de instigar al lector a reaccionar, no importa si coincide o disiente, pero a reaccionar ante lo que como ser humano le concierne dentro su entorno inmediato, sobre todo hoy en medio de una civilización en crisis.


Esperaba en cualquier momento este desenlace. De unos años acá, cada columna la escribí como si fuera la última, aunque siempre divirtiéndome. Escribo como vivo la vida: sin tomarla en serio. ¡Qué le puedo hacer! Por eso mi gran pecado: la irreverencia. Y mi blanco favorito: la idolatría y el servilismo. En el trayecto debo haber tocado más de un ego, pero es normal que pase cuando la pelea es por darle al lector una pluma libre de amos.
Me incliné siempre por el tema abierto, inesperado, ojalá desafiante y de fácil digestión que nos desnudara como sociedad. Escribí como jugar, amasando imágenes hasta volverlas desde un capricho hasta una travesura. ¿Mi mayor gratificación? Haberme podido comunicar con un público diverso, desde campesinos de a caballo hasta intelectuales de alto coturno. También con abuelas bien abuelas, incluyendo a la admiradora de 92 años que una vez se me declaró. Y con jóvenes, muchos jóvenes. Y hasta con extranjeros que sobrevivieron a mis "costarricadas". A todos ¡mil gracias!
Si bien termino aquí como columnista, como amante de las letras seguiré escribiendo todos los días, ahora para mí. En realidad, siempre escribí para mí. Si alguien me hacía el honor de leerme, era bajo su propia cuenta y riesgo. Aprovecharé para avanzar en un par de ocurrencias literarias que desde hace años vengo posponiendo, y que a la larga el azar me tenía reservadas como el nuevo camino. ¡Hasta siempre!

Enviado por Colaborador-Alvaro López Baez.

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