Confites en el infierno
Manuel Delgado
Su nombre era Pablo, Santo Patrono de Colombia. San Pablo para más señas. Nacido, igual que Pelé o Maradona, en un hogar pobre, tanto que comenzó robando lápidas de los cementerios, y se convirtió en El Hombre Más Rico de Colombia (en realidad llegó a ser el segundo más rico) con una fortuna de tres mil millones de dólares.
De él es una de las frases más aterradoras que he escuchado. Decía: ¡Qué pobres son los ricos de este país (Colombia)!, porque para este rey sin corona, todos eran merecedores apenas de besarle los pies.
Pero era un hombre modesto en su vestir, en su comer, en su beber, en su vivir.
De él ha dicho la mujer que más lo amó, su amante Virginia Vallejo, “que si en el infierno me pegaran a su cuerpo con Crazy Glue por toda la eternidad yo no me aburría ni un segundo y me sentiría en el cielo.”
Y Virginia era la Bella para esa Bestia. Era la mujer más hermosa de Colombia, presentadora de televisión de primera, periodista honrada, valiente y cínica, cuyo deporte era ser amante de los hombres más ricos de Colombia, o lo fue, hasta que conoció a Pablo. Entonces simplemente se convirtió en la amante del más rico, de más grande, del más poderoso y punto.
Ahora, dos décadas después de debacle, Virginia ha publicado un libro apasionante, donde describe, con lujo de detalles, con una pluma de escritora de verdad y con un gusto exquisito, esos años de la más tormentosa historia de amor verdadero entre la más bella y más deseada de las mujeres y el más odiado y buscado de los gánsters. El título de la obra, publicda por Grijalbo, es “Amando a Pablo, odiando a Escobar”.
Llena de frases chispeantes, en una de ellas acota: Pablo Escobar “hace el amor como un muchacho campesino, pero se cree un semental, sólo tiene una cosa en común con los cuatro hombres más ricos de Colombia: yo. Y yo lo idolatro”.
Pero junto a esta historia de amor, propia de una novela (no de una telenovela) colombiana, donde tanto amor y tanta buena literatura han pasado por las imprentas desde que en 1867 Jorge Isaacs publicara María, se halla reflejada esa pasión y muerte lenta de la patria colombiana, con sus guerrillas y sus paramilitares, sus muertes horrendas y su dolor indecible.
Y el poder, desnudo, desgarrador, inserto en el crimen como la polilla en la madera.
Cito sólo un pasaje, en su página 112, dice: “En un país donde ninguno de los magnates avaros tiene todavía avión propio, él pone una flota aérea a su disposición. Despachó el año pasado (1982) 60 toneladas de coca... su organización controla el 80 por ciento del mercado mundial”.
La clave de ese gran negocio está en la capacidad de movilización, en el hecho de que Escobar montó por primera vez y en exclusiva un sistema de transporte con su propia flotilla.
“Sin pistas y aviones propios, todavía estaríamos trayendo la pasta de coca en llantas desde Bolivia y nadando hasta Miami para llevarle la mercancía a los gringos”, recuerda que le confesaba Pablo. “Mi negocio y el de mis socios es el transporte, a cinco mil dólares el kilo asegurado, y está construido sobre una sola base: las pistas de aterrizaje y los aviones y los helicópteros”.
Para tener esa movilidad, había que dominar la entidad estatal que dirige los aeropuertos, que aquí se llama Aviación Civil y allá, Aeronáutica Civil. Comprar al director general y a los subalternos, sobornar a los controladores de vuelo y a los oficiales de aduanas, corromper a cada uno de los miembros de ese engranaje, de arriba a abajo, fue una operación que le costó al capo de la droga muchos millones de dólares, tiempo y cuidado.
Pues bien, un día Pablo le presenta a Virginia al ex alcalde de Medellín, emparentado, como todo el mundo en Colombia, con el poder político y con el delito.
“A mí (afirma Virginia en su libro) me simpatiza de inmediato porque pienso que es uno de los contados amigos de Pablo con cara de gente decente y, que yo recuerde, el único con gafas de estudioso. Fue director de Aeronáutica Civil en 1980-1982 y ahora, a sus treinta y un años, todo el mundo le pronostica una brillante carrera política y más de uno se aventura a decir que, incluso, podría llegar algún día al Senado. Se llama Álvaro Uribe Vélez, y Pablo lo idolatra.”
Sobran las palabras
…enviado por Colaborador-Alvaro López Baez.
miércoles, 12 de diciembre de 2007
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