PorAurelioMartín
Desde hace años, determinadas multinacionales del sector de laalimentación
comenzaron a propagar con insistencia que la biotecnologíagenética constituía
la herramienta adecuada para acabar definitivamente con elproblema social y
moral más injustificable que padece la humanidad: el hambre.Han desplegado
un gran potencial propagandístico y publicitario para extenderel mito de que
los cultivos modificados genéticamente eran la panacea y queoponerse a esta
aseveración era cuestionar el avance científico y la mismaidea de progreso
que hunde sus raíces en el siglo de las luces y en la Ilustración. Unatarea para
la que han contado con la complicidad de importantes yvariadas instancias
políticas.
Sin embargo, la ingeniería genética es una técnica aúnincipiente de la que
tenemos conocimientos extremadamente limitados y cuya plena utilización,
sobre todo la comercial, pertenece más a la literatura deciencia ficción que a
la realidad. Es más, todo lo que se está constatando a partirde su aplicación
práctica al campo agrícola es claramente negativo. Algunos delos datos
presentados por Amigos de la Tierra y GreenPeace son demoledores: se
sostenía que la manipulación genética disminuiría lautilización de herbicidas y
productos tóxicos pero en realidad se ha incrementado el usode agroquímicos
con el inevitable aumento de la contaminación de los suelos,perdida de
fertilidad y la desaparición de biodiversidad. Los argumentosque auguraban la
obtención de especies de mejor calidad, más resistentes aorganismos
perjudiciales y enfermedades, con el lógico aumento delrendimiento de las
cosechas, son desmentidos tajantemente por la realidad:quienes incrementan
su resistencia son los organismos y plantas dañinos para loscultivos y, en
muchos casos, se empieza a evidenciar una disminución delrendimiento de los
cultivos.
En lo que se refiere a la salud de las personas, pese a que nose han realizado
muchos estudios, ambas organizaciones ecologistas señalan laaparición de
nuevas alergias, contaminantes en los alimentos que erandesconocidos hasta
el momento y la generación de resistencias a antibióticos enbacterias
patógenas para el ser humano. Sobre sus efectos en relacióncon la
disminución del hambre en el mundo, causada por unadistribución socialmente
injusta y no por ausencia de producción, no es necesarioextenderse. Baste
ilustrar con el dramático ejemplo de las recientes hambrunaspadecidas en
Argentina (especialmente entre la población infantil), país enel que se cultiva la
cuarta parte de los organismos modificados genéticamente quese producen en
el planeta. En definitiva, los estudios más recientes, estossí realizados todos
según el método científico, avocan a una evidencia cada vezmás difícilmente
rebatible: los transgénicos son veneno.
Sólo el ansia desmedida por el lucro económico inmediatojustifica su
utilización temeraria. Se trata de una dimensión más delproceso de
industrialización y mercantilización de la agricultura mundialcon el objetivo de
concentrarla en muy pocas manos, las de las multinacionales dela
alimentación. La imposición de los cultivos transgénicosconlleva el
encarecimiento de determinadas semillas, pago de patentes ytasas
tecnológicas y la obligada utilización de determinadosagroquímicos puestos en
el mercado por esas mismas multinacionales. Es un círculoperfecto que
responde con claridad a la clásica cuestión "Quiprodest", y que es letal para
la independencia y viabilidad de la agricultura campesinatradicional. Esta
imposición se ejerce política y comercialmente, siendo el másclaro paradigma
de esto el chantaje de los Estados Unidos a algunos de lospaíses receptores
de su ayuda internacional poniéndoles ante la disyuntiva deaceptar
transgénicos o verse privados de su apoyo"humanitario", pero también existe
una imposición por la vía de los hechos a los agricultores yconsumidores de
todas las sociedades: es imposible controlar el cruce decultivos naturales con
los modificados genéticamente mediante la polinización,tampoco podemos
saber qué animales se han alimentado con transgénicos, portanto no podemos
controlar la contaminación en toda la cadena alimentaria.Querámoslo o no,
más allá de las posibles regulaciones legales, mientrasexistan cultivos de
transgénicos todos somos población potencialmente afectada,provocando el
desapoderamiento del derecho de los estados a ejercer suSoberanía
Alimentaria, la eliminación fáctica del principio de libreelección del
consumidor que rige, en teoría, las relaciones comerciales enlas sociedades
de libre mercado y la desaparición del derecho de los ciudadanosa la
Seguridad Alimentaria.
En asuntos tales como la genética, que afecta nada menos quea la esencia y
arquitectura de la vida, es una cuestión de inteligenciaaplicar el Principio de
Precaución consagrado en la Unión Europea, yque, es sin duda, una cuestión
de sentido común. No podemos ejercer de demiurgos o aprendicesde brujo
en asuntos que pueden tener consecuencias catastróficas tantopara la salud
de las personas como para el medio ambiente. Recientemente elcélebre
economista y profesor Jeremy Rifkin -ex asesor de laadministración Clinton-
afirmaba que la diferencia cualitativa de la experimentacióncientífica actual
con respecto a la del siglo XIX y a la de la mayor parte delXX es que "ahora
los riesgos de cualquier tipo, son de dimensión mundial,duración indefinida y
consecuencias incalculables". Se ha producido, enpalabras del autor del libro
"El siglo de la biotecnología", una democratizacióndel riesgo. Ahora toda la
población es vulnerable. Los avances tecnológicos no puedennunca estar
sometidos únicamente a la lógica del libre mercado, sino a larazón del bien
común y al desarrollo sostenible, que conlleva más tiempo ymás recursos
para la investigación pública e independiente de intereseseconómicos
privados.
…enviado por Colaborador-Armando.
miércoles, 7 de noviembre de 2007
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